martes, 18 de febrero de 2014

CAPÍTULO IX: DESEOS DE DESAPARECER

Día tras día era pasar la misma tortura, la misma humillación, el mismo dolor, las mismas ganas de desaparecer... Deseaba realmente desaparecer de esta vida.  Dando vueltas por mi habitación aún tenía la esperanza de que al cabo de una semana se aburrirían, de que tan solo era una broma, de que en el fondo eran buenas personas... Seguí dando vueltas y, sin querer, pisé un bolígrafo, que se dividió en láminas afiladas. Pensé. Puse la música, cogí una y, con lágrimas en los ojos y, casi sin fuerzas, arañé mi piel. No solo dolía el corte; dolían las palabras, dolía pensar que nadie te quería, que si desaparecías a nadie le importaría. Luego pensé en mis amigas; a las que había defraudado pensando que no tenía a nadie y, me arrepentí de ese pensamiento pero, yo siempre me quedo con el primer pensamiento involuntario que, aunque sea erróneo, es el que cuenta. Tenía una mezcla de raros sentimientos que, nunca había experimentado. Seguí arañando mi brazo cada vez apretando más. Sentía que, en cada arañazo que me hacía, liberaba un temor, liberaba un problema. Dejé los trozos del bolígrafo sobre la mesa y, tiritando, rompí a llorar. Lloraba tan fuerte que tuve que hacer grandes esfuerzos por bajar mi intensidad y subir la música. Entonces entró mi madre; rápidamente me seque las lágrimas he hice cómo si nada. Me gritó que bajara la música y, sin formular palabra, así lo hice. Cerró la puerta de un portazo. Como siempre no notaba ni preguntaba por mi extraño estado últimamente aunque, realmente, trataba de ocultarlo. Tal vez fuera por que no quería que se enteraran y pensaran que era una tontería o tal vez por que no quería que se preocupasen. Me volví a hundir. Mi pensamiento involuntario fue que no le importaba a mi madre. Volví a coger un trozo de los del bolígrafo, esta vez uno de los más afilados. Esta vez el corte fue más profundo y salió un poco de sangre. Sin más dilación cogí los altavoces y la ropa y me dirigí al baño. Al tocar el agua con mi piel sentí que me escocían los cortes. Mi madre siempre me advirtió: "Ten cuidado no te vallas a cortar con algún trozo de plástico" y ahora, lo hacía intencionadamente. Entonces pensaba cómo lo iba a esconder. No me juzgues, era "joven" y no sabía cómo funcionaba el nuevo mundo al que me iba a meter; no sabía cómo funcionaban las autolesiones, para hacerse más daño; tampoco sabía en que dirección iban los cortes normalmente, me los había echo horizontales, etc. Simplemente cogí un par de pulseras y me las puse encima.

domingo, 5 de enero de 2014

CAPITULO VIII: "Marrana Banana"

Ya era tarde para volver atrás. No entendía el afán de las personas por meterse conmigo por un fallo que cometí, que nadie quería creer que me habían presionado. Yo me había creado ask, una red en la que te hacían preguntas y tu respondías, pero también se puede preguntar en anónimo, lo que hizo que muchísima gente me insultara a cerca de lo de Collarín. No sabía como responder.



Día tras día en el colegio, me hacían burla, me miraban mal, no lo soportaba. Un día en el colegio un chico de 3º empezó a inventarse una canción. En ella decía: "Marranaa De Juana, cómele la banana". A la gente del patio del comedor le dió por seguirle y a cualquier parte que iba me seguían. Parecía tomármelo a broma, para no parecer inmadura. El monitor que cuidaba el patio impuso orden, pero incluso estando al otro lado del patio se oía la canción. Rocío y María me decían que no pasaba nada, que son gilipollas. Pero, yo al llegar a casa me sentía esúpida, ¿cómo había podido ser tan inútil como para no poder tomar mi propia decisión y decir no? Sentía que todo el mundo me odiaba, realmente llegué a creerlo, y no podía con mi alma, me pesaba el corazón. Debía terminar con esto, y no me imaginaba otra forma más que quitándome la vida. ¿Quién me quería viva? Nadie. Puse la música lo más alta que pude. Mis padres no me dirían nada, era normal que pusiera la música alta, y normalmente era para que no me escucharan llorar. Lloraba, muy alto, pero gracias a la música no se oía nada. Sonaba Impossible de James Arthur. Canción que me hacía llorar, y pensaba que, lo que hacían en el patio, era recordarme el error que cometí, al igual que dice en la canción. Llevaba una pulsera de pinchos que se abrochaba con hebilla. Solo se me ocurrió desabrocharla y arañarme con ella. Solo conseguí levantarme la piel, no me salió sangre. Pero consiguió que me sintiera mejor. No sé por qué, pero me sentía mejor. De repente, volvió a mi mente la canción, y volví a llorar, no quería levantarme más la piel y empecé a golpear la pared, tenía ganas de gritar y decír que no fue mi culpa estar bajo presión y tener que hacerlo para que me dejaran en paz, que yo no quería, que yo quiero a Manuel y no a Collarín; pero, ¿de qué serviría? Nadie me escucharía.